martes, 29 de abril de 2008

El gobierno global

En el crepúsculo del siglo veinte y de su propia vida, Julius Nyerere conversó con la comunidad internacional. O sea: los jefes del Banco Mundial lo recibieron en Washington.
Nyerere había sido el primer presidente de Tanzania, después de mucho pelear contra el poder colonial; y había creído en la independencia y había querido que ella fuera mucho más que un saludo a la bandera.
-¿Por qué ha fracasado usted? –le preguntaron los altos expertos internacionales.
Nyerere respondió:
-El imperio Británico nos dejó un país donde casi todos eran analfabetos y había dos ingenieros y doce médicos. Al fin de mi gobierno, casi no había analfabetos, y teníamos miles de ingenieros y de médicos. Yo dejé el gobierno en 1985. Han pasado trece años. Ahora, tenemos muchos menos niños en las escuelas, un tercio menos, y la salud pública y los servicios sociales están en la ruina. En estos trece años, Tanzania ha hecho todo lo que el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional exigieron que se hiciera para modernizar el país.
Y Julius Nyerere devolvió la pregunta:
-¿Por qué han fracasado ustedes?

(Eduardo Galeano, “Bocas del tiempo”;2007:276)

Teología

El catecismo me enseñó, en la infancia, a hacer el bien por conveniencia y a no hacer el mal por miedo. Dios me ofrecía castigos y recompensas, me amenazaba con el infierno y me prometía el cielo; y yo temía y creía.
Han pasado años. Yo ya no temo ni creo. Y en todo caso, pienso, si merezco ser asado en la parrilla, a eterno fuego lento, que así sea. Así me salvare del purgatorio, que estará lleno de horribles turistas de la clase media; y al fin y al cabo, se hará justicia.
Sinceramente: merecer, merezco. Nunca he matado a nadie, es verdad, pero ha sido por falta de coraje o de tiempo, y no por falta de ganas. No voy a misa los domingos, ni en fiestas de guardar. He codiciado a casi todas las mujeres de mis prójimos, salvo a las feas, y por tanto he violado, al menos en intención, la propiedad privada que Dios en persona sacralizó en las tablas de Moisés: No codiciarás a la mujer de tu prójimo, ni a su toro, ni a su asno… Y por se fuera poco, con premeditación y alevosía ha cometido el acto del amor sin el noble propósito de reproducir la mano de obra. Yo bien sé que el pecado carnal está mal visto en el alto cielo; pero sospecho que Dios condena lo que ignota.
Eduardo Galeano; “El libro de los abrazos”